Encontrándonos ahora en plena “Década del Cerebro” la decisión de volver a publicar la obra original de Ivan P. Pavlov está más que justificada, ya que en ella encontramos el rigor experimental y las enseñanzas que deben ser acicate y guía para los jóvenes que empiezan a investigar.
I. P. Pavlov, Premio Nobel de Fisiología en 1904, es conocido universalmente por sus clásicos experimentos de reflejos condicionados: un perro puede ser entrenado a salivar al oír el sonido de una campana previamente asociado con la visión de alimento. La trascendencia de este hecho tiene importantes aplicaciones en fisiología, medicina, pedagogía, filosofía y en general en la comprensión de muchas actividades humanas. Citando al propio Pavlov: “Las diferentes clases de hábitos basados en la disciplina, aprendizaje y educación, no son más que una larga cadena de reflejos condicionados”. La lectura de esta obra constituye una inspiración, una enseñanza y un ejemplo de gran trascendencia, tanto para investigadores científicos como para el gran público en general.
(Del prólogo de José María Rodríguez Delgado, 1997)
Las ideas generales sobre los reflejos condicionados están, ya hace años, divulgadas en nuestro medio científico. Pertenecen a aquella categoría de verdades que merced a su propia excelsitud se incorporan al pensamiento universal y circulan de mente en mente, liberadas hasta del nombre de su autor. Cada cual se sirve de ellas como punto de partida del pensamiento; o gracias a ellas interpreta los hechos observados, sin cuidarse de su procedencia. Este es el privilegio –a la vez triste y glorioso– de las grandes concepciones de la inteligencia humana: que terminan por anular a su propio creador.
(Del prólogo de Gregorio Marañón, 1929)