Con la metáfora de la intemperie los autores resaltan la vulnerabilidad, la incertidumbre y la provisionalidad como parte inevitable de la condición humana y la causa del desgaste y del deterioro que el hombre sufre con su particular manera de ser y de existir. Un hombre consciente de que su vida es, en sí misma, problemática, arriesgada, porque su naturaleza no le "resuelve" su existencia, constantemente expuesto a los avatares y circunstancias que le depara su propia historia de vida. Y es que vivir de modo humano no es algo dado desde el nacimiento ni logrado tan solo a través de la genética: es más bien una tarea siempre por hacer, inacabada. Una tarea que siempre se lleva a cabo en un espacio y en un tiempo concretos, haciendo que la vida, nuestra vida, esté sometida a una constante contextualización y reinterpretación. Ha habido un desapego a los principios antropológicos y éticos, vertebradores de la educación, que obliga a tener que volver a las raíces de todo: qué hombre se quiere promover y para qué sociedad.