Sabemos que la forma de ser de un niño -entendiendo por niño un niño varón- se construye: la masculinidad no es innata, y los estereotipos se forman a través de la educación, los juegos, la cultura y los referentes. Les enseñamos a ser insensibles, agresivos, impasibles y competitivos, en lugar de enseñarles a ser empáticos, solidarios, compasivos, respetuosos y a convivir con los niveles adecuados de autoestima. A menudo no somos conscientes de cómo los niños aprenden a ser niños, y esto se debe a que el sistema patriarcal ha estructurado nuestra sociedad de manera que en la mayoría de los casos no nos percatamos de ello.
En los últimos siglos, a través del movimiento feminista las mujeres han replanteado su lugar en el mundo y han comenzado una lucha por conseguir una sociedad más justa. ¿Qué ha pasado con los hombres mientras tanto? Lamentablemente, no ha habido ninguna reacción por parte de ellos frente a la violencia machista y las injusticias de las que son víctimas las mujeres. Los hombres no se han movilizado para renunciar a sus privilegios.
Educar a un niño en el feminismo es una invitación a ver con nuevos ojos nuestra manera de educar a los niños, con el fin de detectar y cambiar muchos de los errores y las injusticias que repetimos inconscientemente. Porque es necesario educar a los niños como seres pensantes y autónomos, liberados de la construcción del género y de los roles que la sociedad se empeña en transmitir.