Un padre les escribe a sus hijos. Les escribe cuando se encuentra de vacaciones, cuando realiza una estadía en un balneario o cuando debe trasladarse a otra ciudad por razones de salud. Les escribe a sus hijos varones cuando marchan al frente de guerra; a una de sus hijas, cuando parte de Viena tras contraer matrimonio con un alemán, y a quienes han abandonado el país en busca de mejores perspectivas laborales. Escribe a su yerno cuando este enviuda y de pronto se ve abrumado por la tarea de tener que velar, solo, por sus dos hijos; a su nuera le agradece por escrito las fotografías de la familia que ella le ha hecho llegar. A sus hijos les pide favores; a sus nietos les envía tarjetas de cumpleaños con alguna suma de regalo; concierta encuentros, da consejos en situaciones económicas o médicas de urgencia, mantiene a sus hijos al tanto de las últimas novedades familiares y quiere que ellos también lo mantengan informado de los principales acontecimientos de sus vidas. ¿Qué es lo llamativo de esta correspondencia? ¿Por qué deberíamos leer estas cartas?
Triviales solo en apariencia, la correspondencia íntima de Sigmund Freud ilumina un costado desconocido de este pensador esencial en la historia mundial del siglo XX, dejando entrever su humanismo, base del psicoanálisis, su opera magna.