La ira tiene mala prensa. Desconfiamos de ella, pues muchas veces se ve asociada a la violencia y a la agresividad. Sin embargo, la ira tiene también su lado positivo: ¡sin ella, es difícil hacer valer nuestros derechos y realizar cambios en nuestro entorno!
Se trataría, por tanto, de domesticar la ira: aprender a servirse de su energía sin sucumbir la violencia. Y, sobre todo, aprender a desactivar las múltiples contrariedades que motejan el día a día, es decir, aprender a limpiar nuestra vida de todos los enfados inútiles que la van minando.
Es hora de aprender a reconciliarse con la ira...