En los años 1970, cuando demostrábamos que un bebé entiende muchas cosas, nos explicaban que si no hablaba, todavía no podía entender nada. Entonces, también nos decían que “cuando un niño está traumatizado, está perdido para siempre”. Pero el mundo psíquico es tan complejo que hoy en día ya no se puede seguir razonando de esta forma.
El apego seguro, una especie de confianza primitiva, se impregna en el cerebro al final del embarazo y durante los primeros meses de vida. Cuando la madre está tranquila, cuando el entorno es estable, el cerebro del bebé, correctamente estimulado, adquiere un factor de resistencia al sufrimiento. El segundo factor precoz es la aptitud para mentalizar, para expresarse mediante mímicas, gestos y palabras.
Después del trauma las dos palabras que permiten la resiliencia son “apoyo” y “sentido”. El apoyo es afectivo y social. El sentido será aportado por los relatos que la persona y su cultura hagan del trauma. He aquí lo que ya estaba escrito en los primeros Patitos feos y confirmado por una avalancha de trabajos científicos y testimonios biográficos.
Cuatro décadas después de los primeros estudios en resiliencia, la comunidad científica es prácticamente unánime en reconocer la relevancia de sus contribuciones. Los descubrimientos de los últimos años en neuroimagen también han aproximado a psicólogos y neurobiólogos. Esta célebre obra, ahora reeditada, sigue iluminando la comprensión de los complejos procesos de superación de los traumas en la infancia.