Aunque se haya representado durante mucho tiempo al niño autista como un ser mudo que se tapa los oídos, los profesionales han constatado que la voz constituye el objeto pulsional al que el autista presta una atención particular: muchos autistas se preguntan acerca del misterio de la palabra colocando la mano sobre la garganta de su interlocutor, otros intentan que los objetos hablen en su lugar, la mayoría demuestran un interés especial por la música y las canciones. Si mantienen la propia voz en reserva, bien por el mutismo, o bien por el borrado de la enunciación, es debido al temor a sentirse vacíos si la utlizan para la llamada. Esta no-cesión del disfrute vocal tiene como consecuencia maneras específicas de manejar el lengauje, que van desde convertirlo en una lengua de signos desprovista de toda afectividad, pero cercana al intercambio, hasta lenguas privadas que sirven poco para la comunicación. Los testimonios de autistas de alto nivel que presenta la obra permiten al profesional de hoy orientarse mejor en la clíncia clásica del autismo que Kanner desarrolló en sus inicios. Sus testimonios demuestran que los métodos que mejor los ayudan son aquellos que no sacrifican ni la individualidad ni la libertad del sujeto, sino los que se apoyan en sus invenciones y en sus oasis de capacidad.