
Homenaje en memoria de Salvador MINUCHIN
Desde la LIBRERIA MAYO queremos rendir homenaje a la figura de Salvador MINUCHIN, recientemente fallecido (13 de Octubre de 1921 – 30 de Octubre de 2017).
Así que, nos gustaría que releyeseis con nosotros este fragmento de La recuperación de la familia. Relatos de esperanza y renovación, como deferencia a quien se definía a si mismo y definía a los terapeutas como “narradores de historias”.
En memoria de Salvador Minuchin:
“Me encuentro en un hospital psiquiátrico estatal para atender a Tony, de diez años de edad, y a su familia. Antes de que vea a la familia, el personal me habla de Tony. Escucho con atención. Cuando tenía ocho años, la madre lo llevó a un prestigioso hospital universitario, donde permaneció durante diez meses. Se le diagnosticó un trastorno por déficit de la atención, variante del rótulo anterior, “disfunción cerebral mínima”, que había reemplazado al primer diagnóstico, “hiperactividad”. Todos estos diagnósticos reflejaban que el niño tenía un control pobre de los impulsos y que sólo era capaz de mantener la atención durante lapsos breves. En la sala psiquiátrica de la universidad, los médicos trataron de determinar la dosis apropiada de la medicación que le permitiría volver al hogar. Después de probar diversas dosis y medicamentos, decidieron derivarlo a un hospital psiquiátrico del Estado. Tony había permanecido allí durante un año, de modo que ya había pasado el 20 por ciento de su corta vida en salas psiquiátricas.
En el hospital del Estado, Tony recibe terapia individual, grupal, recreativa, y otras. Asiste a una escuela altamente estructurada y vive en una casa con otros niños, en un ambiente de “economía de fichas”, lo que significa que por su buena conducta le otorgan estrellas que más tarde puede canjear por aquello que le agrade. Centrándose no en Tony, sino en su sistema neurológico, el psiquiatra habla volublemente de una larga serie de ensayos con fármacos. Comenta que en el hospital de la universidad le dieron Ritalin y Mellaril, centrándose en la agresión y los problemas de atención, mientras que aquí la medicación apunta primordialmente a los problemas de la ansiedad de separación. Con este propósito, dice, a Tony se le suministró primero Clonidine, y después se le suprimió; el niño presentó claras diferencias en los periodos con y sin medicación. Hacia finales de septiembre, se sumó litio al antidepresivo: “Diría que estamos muy lejos de esperar autocontrol en una situación hogareña que todavía se puede desestabilizar, lo cual desestabiliza a Tony cuando se produce”.
Me impresiona la precisión con que las diez personas que hablan conmigo encubren la estrechez de su punto de vista. Cuando pregunto por el futuro de Tony, la respuesta es una vaga esperanza de que pasará algo menos de un año en el hospital, y después algo así como la vida en lo que el psiquiatra denomina “instituciones paralelas”. Supongo que se trata de hospitales de día o ambientes menos restrictivos. ¡Y Tony tiene solamente diez años!
Hablo con el niño. Esperaba encontrarme con un monstruo, y en lugar de ello conozco a una criatura impulsiva pero alerta, que contacta conmigo sin ninguna dificultad. Me pregunto si alguien relaciona las afirmaciones de los expertos con la vida, o siquiera con los costos. La hospitalización de Tony le cuesta al Estado más de cien mil dólares al año. Durante dos años este niño ha estado aislado de la vida real e institucionalizado en un invernadero donde se observaba su patología mientras ésta se expandía por la ausencia de actividades significativas, adecuadas a su edad. El personal está imbuido de una ideología según la cual Tony sólo vive dentro de sí mismo, o ni siquiera eso: vive dentro de su sistema nervioso. ¿No podríamos nosotros hacer algo mejor?
Más tarde me reúno con el niño y la madre. Le pregunto a la mujer por qué Tony está allí. “Yo no puedo controlarlo”, me explica.
– Bien, entonces, ¿por qué no está usted aquí?
Tony y la madre sonríen. Aunque es una pregunta extraña, no creo que sea divertida. La madre me mira perpleja.
– Tony tendrá que seguir aquí mientras usted y él no armonicen – le digo.
– Este es un modo muy distinto de ver las cosas – me contesta la madre, y tiene razón. A mi juicio, Tony no existe sólo dentro de él mismo, sino también en la interacción entre él y su familia”.
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