Libros sobre conducta adolescente

Libros sobre conducta adolescente pretende ser la primera entrada de una serie importante de ellas destinadas a reflexionar sobre la problemática a la que se enfrentan hoy los profesionales de la salud mental, y la sociedad en general, en el terreno de la adolescencia. Y es que muy probablemente uno de los comentarios más repetidos, en estos últimos meses, entre los profesionales (psicólogos, psiquiatras, educadores, etc.) sea “¿qué está pasando con los adolescentes?”.

De un tiempo a esta parte, se ha producido un auténtico boom en la demanda de atención psicológica y psiquiátrica para la población adolescente.

 

Tal ha sido la avalancha de peticiones de consultas que los servicios públicos de psicología y psiquiatría se han visto desbordados y las listas de espera para ser atendidos en consulta se alargaron con demoras muy elevadas. Hay preocupación en el ambiente y los psicólogos y psiquiatras infanto-juveniles están saturados por la demanda y por la gravedad.

Porque, para complicar aún más la situación, no sólo se han multiplicado las peticiones de consulta sino que la gravedad de los trastornos de conducta adolescentes también ha llamado la atención. Esto último, se ha notado especialmente en los Servicios de Urgencias y en el bloqueo en las listas de espera para acceder a una hospitalización psiquiátrica o un hospital de día de adolescentes.

 

Los medios de comunicación se han hecho eco de esta situación y las autoridades intentan reaccionar y aportar algunas medidas. A modo de ejemplo, os enlazamos algunas noticias publicadas en estas semanas, aunque en la red podéis encontrar muchísimas más.

En muchas de estas noticias se alude a la pandemia de Covid y al confinamiento como precipitante de esta situación. Y seguramente esto sea cierto. Pero cuando se analizan las situaciones que tienen que ver con Salud Mental debemos tener en cuenta que una cosa con los precipitantes y otra diferente los predisponentes. Puede que la pandemia de Covid haya servido como precipitante en esta explosión de casos de trastornos de conducta adolescente, pero ¿Qué hay de los predisponentes? De las causas que vienen gestando el problema desde hace tiempo y que se encuentran en el fondo de la cuestión. Acaso ¿no se veía venir?

Pues seguramente sí.

Pero tenemos tendencia a quedarnos en la inmediato y superficial. Nos cuesta analizar con mayor detalle y profundidad. Quizá porque las causas etiológicas tengan que ver con dinámicas sociales, familiares, educativas, etc mucho más difíciles de cambiar. En cualquier caso, un blog destinado a una Comunidad de Lectores de Psicología, Salud Mental y Educación no puede obviar esta cuestión. Así que, en varias entregas, vamos a intentar aportar alguna idea al debate que en realidad nos gustaría que se estuviese dando entre los profesionales y entre “las fuerzas vivas” de nuestra sociedad para intentar cambiar realmente las cosas (y no sólo maquillar la superficie, para que todo siga igual).

A la vez, como estáis viendo, iremos salpicando las entradas con algunos de los libros sobre conducta adolescente que nos parece interesante que conozcáis. En la Librería Mayo encontraréis un catálogo completo y la orientación que podáis necesitar.

 

 

 

 

 

 

 

 

Libros sobre conducta adolescente

Parte I: Apartamentos adolescentes

 

En esta primera reflexión, vamos a hablar sobre en qué hemos convertido nuestras ciudades, nuestros barrios, nuestras casas y en definitiva, nuestros entornos; y si eso puede estar influyendo de alguna forma en la problemática adolescente.

Apartamentos adolescentes es un concepto muy descriptivo que se lo hemos leído a José Antonio Luengo Latorre (Decano del Colegio de Psicólogos de Madrid y durante años Asesor Técnico y Jefe de Comunicación del Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid) y que nos lleva a plantearnos si nuestro mobiliario tiene influencia en nuestra personalidad y en nuestra forma de comportarnos.

De hecho, pocos son quienes dudan de que el entorno tenga influencia en nuestra psique y en nuestro comportamiento, pero ¿Qué consideramos entorno? ¿Sólo las personas que nos rodean…familia, amigos, pareja, compañeros de trabajo…? ¿También la sociedad en general…las redes, los medios, el ambiente social de nuestro barrio y nuestra ciudad….? O puede que haya más factores que formen parte de ese entorno que nos influye y condiciona, por ejemplo: ¿la arquitectura de la zona en la que nos criamos y educamos…los parques y zonas de juego o la ausencia de ellos, las calles con sus barreras ambientales que facilitan o bloquean la comunicación…? ¿Y en nuestra propia vivienda? ¿Influyen las zonas comunes y el uso que les demos a las habitaciones en nuestra forma de ser?

Nosotros conformamos nuestros espacios. Los construimos, los alteramos, los adaptamos, los transformamos…pero ¿es una relación recíproca o unidireccional? ¿El espacio también nos conforma a nosotros?

A modo de reflexión añadida ¿y si algunas antiguas tradiciones, como el feng-shui, no estuvieran tan desencaminadas al afirmar que hay energías que fluyen entre los espacios y que estas pueden bloquearse o conducirse?

Pues bien, lo bonito de los libros es que podemos leer las palabras, los pensamientos, de los autores directamente de ellos mismos y visualizar sus ideas en nuestras mentes. Así que leamos la reflexión de José Antonio Luengo sobre los apartamentos adolescentes y sobre cómo ha cambiado nuestra forma de vida. Y luego, pensemos si algo de esto puede influir en la problemática adolescente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los “apartamentos para adolescentes” y la desaparición de la calle como espacio educativo.

 

Los estudiosos de la infancia vienen advirtiendo desde hace tiempo que las cosas han cambiado demasiado, y en poco tiempo, en lo relativo a las condiciones en que se produce la educación de niños y adolescentes en la sociedad actual. Hablamos de educación en sentido

amplio pero, de modo singular, en lo que atañe a la llamada educación informal, es decir, aquella que se desarrolla, como txirimiri (Javier Elzo) en todas las actividades y experiencia de relación y convivencia que los niños viven en las situaciones ordinarias, no regladas, las que experimentan en la calle cuando salen a jugar con sus amigos (habría que decir cuando salían), cuando ven la tele en casa, cuando navegan por internet y contactan con sus amigos (algunos solo virtuales, otros, virtuales y físicos), cuando escuchan la radio, cuando salen con sus padres a cualquier tipo de actividad, cuando escuchan hablar a sus padres, cuando…

 

En fin, hablamos de todas aquellas situaciones en las que no se dan los requisitos de la enseñanza formal (propia de la escuela) o de la enseñanza no formal (relacionada con las actividades extraescolares), más o menos planificadas y que pretenden cubrir ese espacio de ausencia de los padres más allá del horario escolar por razones de índole laboral. Pues bien, la cosa no es baladí. Ni mucho menos.

 

En poco tiempo estamos asistiendo a escenarios de experiencia en los que niños y adolescentes priorizan (en muchos casos, muy a su pesar) la acción solitaria, ubicada en su habitación, dotada, por cierto, de mil y un dispositivos que le permiten aproximarse a contextos de actividad lúdica y de relación propios del entorno virtual. Son los “apartamentos para adolescentes”. Sentados ante las pantallas consumen tiempo y energía, sin demasiadas posibilidades, en no pocos casos, de alternar este tipo de actividad con otras que, siendo imprescindibles para el adecuado desarrollo, no se pueden llevar a efecto con facilidad. Me refiero a salir a la calle, al portal, al patio interior, estar con los amigos, hablar con ellos, jugar, reír, compartir, tocarse, empujarse, abrazarse, decirse cosas, contarse cosas… Esperar a que nuestros padres nos llamen porque es hora de cenar. Y escaquearse un rato.

 

Las ciudades han cambiado demasiado. Y también la distribución de espacios y su uso en las casas. Las tareas de clase los solíamos hacer en espacios comunes de la casa. Veíamos la televisión cuando podíamos y siempre con el control absoluto de, normalmente, nuestro padre. El salón de casa era el sitio más transitado, o la sala de estar, así la llamábamos. La habitación (o dormitorio como se le llamaba, porque servía para eso) era un lugar donde se iba para dormir. Cuatro posters en las paredes, en los que “convivíamos” cada día los rostros de nuestros ídolos o los del hermano que tuviera más edad con el que podíamos compartir habitación. Solía haber también, un armario, no empotrado, por cierto, y poco más. Lo utilizábamos para dormir y poca cosa más, lo bueno estaba fuera, en la propia casa o en la calle. Y esto, en cierta medida, equilibraba nuestra manera de hacer las cosas. Y de estar con otros, en contacto con otros, moviéndonos, compartiendo espacios físicos, viviendo aventuras fuera de las cuatro paredes de nuestras casas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dicen los expertos que en veinte años aproximadamente el 75% de la población mundial vivirá en grandes urbes. A veces sin ver demasiado sol, o la lluvia, sin pisar sus calles. O hacerlo solo al abrigo, nunca mejor dicho, de nuestros adultos. Siempre protegidos. Pero eso sí, las otras calles, las que se ubican en senderos virtuales, en su libre recorrido, sin apenas control, el necesario e imprescindible cuando de educar se trata. Los adultos tenemos un reto. Lo voy a decir con claridad. La escuela tiene un reto. La convivencia en los entornos familiares y en los espacios ligados a ella se está resintiendo. Y su aprendizaje, claro, también.

 

Se tratara este asunto más adelante, en el capitulo “La vida en la red”. Hacemos referencia brevemente aquí a la necesidad, cada vez más acuciante, de fomentar las experiencias de convivencia cara a cara, facilitando y habilitando las relaciones interpersonales que tienen en la mirada, en los gestos, en el contacto físico y en la palabra hablada sus elementos esenciales. Experiencias que permiten el aprendizaje de la convivencia en estado puro, sintiendo, percibiendo emocionando en la conversación, el contraste de opiniones, el dialogo, la resolución pacífica de los conflictos.

La escuela es el espacio donde la mirada de frente y la palabra se convierten en herramientas esenciales de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Y nutren las relaciones interpersonales en las distancias cortas, donde lo que hacemos y decimos cobra especial significado en el contexto físico de la experiencia. ¿Podemos asegurar que es esto así, especialmente y no anecdóticamente, en otros escenarios de vida de nuestros niños, niñas y adolescentes?

 

Leamos para cambiar

(Encontraréis muchísimos más libros sobre conducta adolescente en la web de la Librería Mayo o en cualquiera de nuestras tiendas en Madrid)

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