Liderazgo emocional

Saber liderar es una de las habilidades más importantes para las personas que trabajan con equipos. Pues lo que determina la productividad real del conjunto no es tanto el coeficiente intelectual colectivo, cuanto la forma de coordinar esfuerzos, es decir: la armonía interpersonal. Lograr esta meta (un equipo armonioso a nivel interpersonal que resulte más productivo que la suma de sus individualidades) requiere de un jefe que sepa trabajar en equipo, mantener abiertos los circuitos de comunicación, cooperar, atender a los demás y hacerlo con sinceridad. En definitiva, un jefe que sepa mandar con corazón.

Si bien dar con individuos que tengan lo que hay que tener para convertirse en auténticos líderes es más un arte que una ciencia, todos los líderes coinciden en un aspecto fundamental: un gran nivel de lo que se ha dado en llamar Inteligencia Emocional. Ahora bien, ¿cómo se traduce la IE en liderazgo? ¿Cómo se construye un líder con estos atributos?

Una de las principales características que definen al jefe emocionalmente inteligente es su forma de dar feedback, la forma en que modula la respuesta del compañero o trabajador para lograr los resultados esperados o, dicho de un modo más simple, la forma en que critica a sus subordinados y colaboradores.

La peor forma de motivar a alguien es, sin duda, la crítica que se expresa como un ataque personal, y no como una queja que pueda propiciar el cambio. Acusaciones personales con buenas dosis de indignación, sarcasmo y desdén. La crítica con mano izquierda, en cambio, es uno de los mensajes más útiles que puede transmitir un jefe. Centrarse en lo que ha hecho el individuo, en lugar de atribuir su mala actuación a un defecto en su personalidad.

Muy bien… Un buen feedback es ya un comienzo… Pero todavía no es suficiente. ¿Qué otras características definen al líder que buscamos?

  • Autoconciencia: La gente con una gran autoconciencia no es ni demasiado crítica ni excesivamente optimista, sino sincera consigo misma y con los demás. Reconoce cómo le afectan sus sentimientos a él mismo, a los demás y al rendimiento laboral de todos.
  • Autogestión: Los impulsos biológicos determinan nuestras emociones. No podemos prescindir de ellas, pero podemos hacer mucho para gestionarlas. La autorregulación es una especie de conversación interior continuada. Es el componente de la IE que nos libera de la prisión en la que pueden encerrarnos nuestros propios sentimientos. Las personas que se autorregulan saben cuándo pedir ayuda, de modo que los riesgos en el trabajo están siempre calculados. No buscan un reto que no puedan superar por sí solas y sacan partido de sus puntos fuertes.
  • Empatía: De todas las dimensiones de la Inteligencia Emocional, la empatía es la que se reconoce con mayor facilidad. Todos la hemos notado en un profesor o en un amigo, y todos nos hemos tropezado con su ausencia en un entrenador o un jefe impasibles. No se trata de adoptar las emociones de los demás como propias, o de intentar complacer a todo el mundo. La empatía implica considerar detenidamente los sentimientos de los subordinados en el proceso de toma de decisiones. El líder socialmente inteligente debe ser capaz de notar y comprender los puntos de vista de todos los que se sientan a la mesa.
  • Capacidad social: Al igual que la empatía, la capacidad social tiene que ver con la habilidad para gestionar las relaciones con los demás. Ambas operan dando por sentado que, a solas, uno no va a conseguir nada importante. Las personas con una alta capacidad social tienen preparada una red de apoyo cuando llega el momento de actuar. También la motivación se interrelaciona con la capacidad social: la gente motivada para obtener resultados suele ser optimista, incluso ante los reveses y los fracasos, y la actitud positiva en la vida se refleja en las conversaciones y demás intercambios sociales. El liderazgo consiste así en marcar estrategias, motivar, crear una misión e implantar una cierta cultura.

Podemos distinguir cinco estilos de liderazgo distintos, cada uno de ellos derivado de diferentes componentes de la IE. Ahora bien, los mejores resultados no se logran aferrándose a uno solo de estos estilos, sino utilizando muchos, o la mayoría, en una misma semana –evitando los problemas que pueda plantear su conciliación–, y haciéndolo en distinta medida, en función de las circunstancias empresariales.

Hablamos así de:

  • Líderes conciliadores: generan vínculos y armonía.
  • Democráticos: crean consenso mediante la participación.
  • Ejemplarizantes: esperan rendimiento y autonomía.
  • Coaches: contribuyen al desarrollo futuro de la gente.
  • Coercitivos: exigen una sumisión inmediata.

Los líderes necesitan combinar, como decimos, muchos de estos estilos. Los que dominan cuatro o más (el autoritario, el democrático, el conciliador y el coach) son los que logran habitualmente el mejor clima laboral y el mejor rendimiento. Además, los jefes más eficientes cambian con flexibilidad entre estilos de liderazgo según sea necesario. Se trata de personas con una enorme sensibilidad ante el efecto que provocan en los demás y que se adaptan sobre la marcha para obtener los mejores resultados, escuchando para ello a los individuos clave.

Entre los líderes con inteligencia emocional hay auténticos “jugadores estrella”. Se caracterizan por construir redes fiables antes de llegar a necesitarlas; redes informales que resultan muy flexibles, funcionan en diagonal y elípticamente, saltando escalones en el organigrama para conseguir resultados.

Daniel Goleman, mezcla así en su libro Liderazgo emocional los principios de la Inteligencia Emocional con los del manegement o liderazgo, ilustrando cómo todas estas características psicológicas repercuten en una buena gestión de las personas. La inteligencia emocional es, como vemos, fundamental no solo para el mundo corporativo, sino para las relaciones humanas. Y es gracias a este liderazgo esencial cómo los grandes líderes nos hacen avanzar, encendiendo la pasión y despertando lo mejor que llevamos dentro.

Es habitual poner el énfasis en la estrategia, la visión o hablar de ideas con garra. Pero la realidad es mucho más sencilla: el buen liderazgo se sirve de las emociones. La tarea esencial, en este sentido, es orientar las emociones en la dirección adecuada. Sacar a relucir lo mejor de todo el mundo. La continua interacción de los circuitos abiertos límbicos de los miembros de un grupo crea así una especie de sopa emocional en la que cada uno aporta su propio sabor personal, siendo el líder el condimento más fuerte. Y así, quien da forma a las reacciones emocionales de los demás pasa a ser el líder de facto. Por eso hablamos del liderazgo como una suerte de contagio.

Sin embargo, aunque las emociones pueden contagiarse como un virus, por suerte no todas se propagan con la misma facilidad. En los grupos de trabajo, la alegría y la cordialidad son lo que se transmite con más rapidez. La irritabilidad es menos contagiosa y la depresión prácticamente no se propaga. El ánimo influye en la eficiencia de los trabajadores y, si es positivo, fomenta la cooperación, la imparcialidad y el rendimiento laboral. La risa es la distancia más corta entre dos personas, ya que provoca la conjunción instantánea de sus sistemas límbicos, siendo un auténtico termómetro de la temperatura emocional.

Cuanto más abierto sea un líder más fácilmente sentirán los demás su misma pasión contagiosa.

Alejandro García Lorenzo

Psicólogo y Coach

Coordinador del Club de Lectura de Librería Mayo

Visita su web www.alejandropsicologocoach.com

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