Un joven con mediocres resultados escolares que a los treinta años es vicepresidente de una de las empresas multimedia más importantes del mundo. Un eminente cirujano, inteligente y solícito, pero incapaz de relacionarse emocionalmente. Un niño de 4 años, intérprete perfecto del entorno familiar que le rodea... Éstas son varias muestras de carencia o posesión de inteligencia emocional, una cualidad mucho más determinante del éxito que un simple test de coeficiente intelectual.